| Por  Carola SOLÉ (AFP)Fotos Héctor Guerrero (AFP)
 
 Testimonios           ZAMORA, MICHOACAN, 27 de  julio de 2014 - Teresita del Niño Jesús Verduzco no conoce otra realidad que la de “La  Gran Familia”. Desde que su mamá, una sonriente sordomuda de mirada perdida, la  tuvo hace 16 años en este albergue mexicano hoy intervenido por las autoridades  por sus condiciones infrahumanas y denuncias de abusos, no ha salido más de una  decena de veces al exterior. Los amigos y la música son su mejor recuerdo de  este centro, y el peor, “la falta de libertad”. Pero esta adolescente de  bonitos ojos rasgados registrada como hija de la fundadora, Rosa Verduzco,  “Mamá Rosa”, se siente ya preparada para alzar el vuelo y dejar atrás la difícil  realidad en la que creció. “Quiero aprender más de la vida”, confiesa.
 La dulzura y entereza de Teresita del Niño Jesús son desgarradoras. Tan pronto  sueña en voz alta con ser una gran maestra de piano, relata como uno de los  trabajadores “violaba a los niñitos” o “La Jefa” le obligaba a “sobarle”  (masajearle) los pies los dos meses que la invitó a dormir en una cama extra de  su habitación, o llora preocupada por el futuro de su desorientada mamá  sordomuda -más que por el suyo propio-. ¿Cómo una chica tan linda pudo crecer  en un ambiente tan hostil?
 
            
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 |  Desde que el jueves pasado periodistas  y fotógrafos pudimos entrar por primera vez en el albergue de Zamora, en  Michoacán, que durante 66 años regentó con tanta mano dura como alabanzas Mamá  Rosa, no logré desprenderme de la imagen de Teresita cuidando a ese gatito  recién nacido que quedó olvidado entre los montes de basura del albergue, como  pudo ocurrir con ella años atrás. Tampoco del olor nauseabundo del hogar de  estas 600 personas donde quilos de comida podrida se mezclaban con el hedor de  excrementos y orina.
 Al momento de entrar, ninguno de  nosotros sabía muy bien cómo iba a ser “La Gran Familia”. La única información  de la que disponíamos eran los cruentos testimonios -niños mal alimentados  durmiendo entre ratas, obligados a pedir limosna y abusados física, psicológica  e incluso sexualmente- que ofreció la fiscalía general cuando hace una semana  conmocionó a México entero anunciando el fuerte operativo militar con que  allanaron el albergue.
 
 El sitio acogió por décadas desde  huérfanos y niños de la calle hasta delincuentes y drogadictos. Cinco denuncias  sobre retenciones forzadas que acumulaban polvo desde hacía un año en la  fiscalía de Michoacán fueron el detonante. Y su principal impulsor, el nuevo  gobernador Salvador Jara, una cara fresca llegada de la academia y alejada de  la imagen corrupta de políticos sospechosos de colaborar con el narco.
 
            
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 |  Nadie entendía nada. ¿Era posible que  una institución que había recibido tantas donaciones gubernamentales y  distinciones de importantes organizaciones internacionales hubiera podido  esconder esa espantosa realidad? ¿Cuánto tiempo hacía que existían esas  condiciones en el albergue? ¿Qué inspecciones habían hecho las autoridades al  centro? ¿Había algún interés para encubrir las denuncias? ¿Por qué se había  elegido este momento para destapar con tanto escándalo el caso?
 Entre todos esos interrogantes,  rápidamente emergieron las voces críticas con el “linchamiento” contra Mamá  Rosa de personalidades que en algún momento habían conocido esa poderosa figura  michoacana. El respetado historiador Enrique Krauze, el expresidente Vicente  Fox o el Nobel francés J.M.G. Le Clézio, que eleva a la categoría de “santidad”  a Verduzco, pusieron la mano en el fuego por esta octogenaria que renunció a la  riqueza de su familia y acogió a su primer niño a los 13 años dedicando su vida  entera a los más desprotegidos.
 La confusión era máxima y la expectativa puesta en los periodistas que  fuimos a tratar de descifrar el misterioso caso de “La Gran Familia” era más  alta que de costumbre  A nuestra llegada la tarde del  miércoles a Zamora, nos encontramos con el veto de las autoridades al interior  del albergue, en cuyas puertas se habían apostado desde primera hora decenas de  preocupados padres, tíos y abuelos que querían recuperar a sus pequeños. Pese a  los matices, todos los relatos tenían un mismo denominador común. Exceptuando  el desamparo de niños huérfanos o abandonados, familias sumamente pobres y  desestructuradas fueron las que confiaron a ciegas sus hijos conflictivos a  Mamá Rosa, incluso aceptando que la octogenaria les negara la entrada al  albergue impidiéndoles conocer los interiores de “La Gran Familia”.
 —Nos dijeron que aquí estaban bien, que  estudiaban y les enseñaban un oficio —se justifica Álvaro Vázquez, un anciano  desdentado y flaco que viajó cerca de 800 km desde la sierra de Guerrero, en el  sur, para recuperar a su nieto de 17 años, alcohólico desde los 14 y cuya mamá  lo abandonó para ponerse a trabajar “en la calle”.
 
 Muchas veces recomendados por  organismos oficiales, los desesperados familiares confiaban en la rectitud de  esa “dictadora amorosa”, en sus estudios y en el poder sanador de la música que  impartía para volver a encarrilar a los pequeños. Apenas 30 pesos al mes (2,3  dólares) eran suficientes para que un niño formara parte de “La Gran Familia”,  una mensualidad fijada en un breve contrato que podía acabar saliendo muy caro.
 
          
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 |  Seguramente habría que estar en la piel  de esas humildes familias —o saber leer— para entender cómo los padres que hoy  denuncian la retención de sus hijos o la imposibilidad de verlos seguido se  comprometieron hace años ante notario “a no llevarse el menor” antes de la  mayoría de edad y a sólo poder visitarle tres veces al año. Fuera de contrato  quedaba que las visitas se realizarían bajo la atenta mirada de un trabajador  del albergue.
 —Estoy muy arrepentida —llora una  indígena tarasca que no logró reunir los cerca de 2.000 dólares que asegura que  Mamá Rosa le pedía por sacar a cada uno de sus hijos internados.
 Más allá de tratar de proteger a los  niños de presuntos malos padres y de evitar que pudieran sacarles del albergue  para ponerlos a trabajar prematuramente, la imposibilidad de dejar libres a  quienes entraron en el centro —incluso más allá de los 18— forma parte de  algunas de las prácticas de “La Gran Familia” que cuestan entender.
 —Los mismos trabajadores de aquí  nos agarraban si tú tratabas de escaparte, delante de “La Jefa” te golpeaban.  No podíamos hacer nada —explica Cecilia Vázquez, una interna de 19 años de  Chiapas mientras sostiene a su hija de un año y medio—. Mucha injusticia y  mucha violencia hubo aquí, ya pedíamos a gritos que pasara todo esto.
 
 Por dentro, la hasta ahora inexpugnable  “Gran Familia” es tan colorida como sucia: vistosos murales decoran las  habitaciones de literas mugrientas donde niños y niñas dormían entre baldes  llenos de excrementos, las bodegas donde se guardaba la comida aún provocan  arcadas a quien se atreva a visitarlas y el patio central se ha convertido en  un basurero donde policías y fiscales amontonan quilos y más quilos de viejos  muebles y medicamentos vencidos.
 
            
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 |  Pero el drama esencial de “La Gran  Familia” no se descubre con la vista ni el olfato, sino con el oído. Niños de  menos de un metro y medio explican los golpes con el walkie talkie o palos que  les propinaba Mamá Rosa y algunos trabajadores cuando consideraban que no se  portaban bien. Ramón, un adolescente huérfano de 15 años, recuerda el peor de  los castigos: días y hasta semanas de encierro sin comida —a expensas de los  mendrugos lanzados por los amigos— en un cuarto oscuro apodado “Pinocho” en el  que “La Jefa” confinaba a quienes trataban de escapar o escondían el dinero que  les traían sus papás.
 Los abusos sexuales de algunos  trabajadores a los menores forman parte también de la caja negra de esta casa  donde hay quienes sólo tienen buenas palabras hacia su directora robusta, de  nariz grande y voz tosca que defiende a capa y espada los vínculos irrompibles  de su "familia".
 
 —Mamá  Rosa me dio lo que la madre que me engendró nunca hizo —asegura Sandra, una  humilde señora de 43 años que fue abandonada cuando era bebé en la puerta de  una panadería.
 ¿Se le fue de las manos a Mamá  Rosa el albergue que fundó hace décadas? ¿Conocía los abusos sexuales que se  produjeron en el centro? ¿Acoger a centenares de “hijos” desamparados la  legitimaba moralmente para golpearlos? ¿Era ella la única salvadora posible  para esos niños?
 
 La “senilidad” de Mamá Rosa la  hizo “inimputable” de cualquier cargo, justificó el lunes el fiscal general  confirmando la paulatina bajada de tono contra la anciana que entregó su vida  para sacar adelante con mano de hierro su gran familia. Seis de sus ocho  trabajadores sí están procesados por secuestro de menores, trata y dos de ellos  son investigados por abusos sexuales mientras que buena parte de los niños ya  fueron trasladados a otros albergues.
 México es un país de apariencia  engañosa. Si algo entendí de esta historia claroscura es que la segunda mayor  economía de América Latina y cuna del hombre más rico del mundo esconde una  dramática realidad social muchas veces olvidada. Con cerca de la mitad de los  mexicanos viviendo en la pobreza, la miseria que envolvió a “La Gran Familia”  quizás sea lo único que me quedó claro de este controvertido caso. El resto,  como tantas otras veces pasó ya en México, será un misterio por resolver.  Mientras, no logro dejar de preguntarme: ¿Qué será ahora de Teresita y de su  sonriente mamá? |